Bajo el calor de tu piel by Noelia Amarillo

Bajo el calor de tu piel by Noelia Amarillo

autor:Noelia Amarillo [Amarillo, Noelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-09-30T16:00:00+00:00


* * *

—Al final vas a tener razón con el alguacil y el Super, Tasia —murmuró el Galo con los oídos puestos en las carcajadas y los posteriores susurros que salían de la cocina.

—¿Cuándo no la tengo? —replicó ella.

—No sé si me gusta que la tengas. Lo que sucede entre esos dos no es natural.

—Hay tantas cosas que no lo son —replicó la mujer sacando el orujo de hierbas del tío Joaquín para servirle a su marido una copita que le ayudara a aclarar las ideas—. Yo siempre he pensado que para los gustos están los colores y que cada uno en su casa hace lo que quiere —sentenció—. ¿Hasta cuándo te ha dicho el Vivo que se van a quedar Andrés y sus amigos?

—Hasta el final del verano —apuntó el Galo dando un trago que le produjo un acceso de tos. Sí que estaba fuerte el condenado.

Tasia miró a su marido, sonrió burlona y bebió un poco de orujo. Al contrario que él, no tosió. Cosa que molestó sobremanera al hombre, quien se apresuró a dar un largo sorbo para demostrar que la tos anterior había sido porque se le había ido el líquido por otro lado. Volvió a toser. Pero menos. Dio otro trago. En esta ocasión solo carraspeó.

Tasia llenó de nuevo la copa que el anciano había vaciado.

—Y cuando se vayan los chicos, ¿qué será de La Guarida del Villano? —murmuró estrechando los ojos, sagaz.

—¿A qué te refieres? —El Galo bebió un poco más de orujo, una vez se le pillaba el gusto estaba bien bueno.

—Yo ya no estoy para andar cocinando y a ti se te da fatal. Tendremos que buscar otro cocinero, y seguro que no es tan avispado ni cocina tan bien como el Super…

El hombre asintió compungido antes de dar otro trago, no le faltaba razón a su señora.

—Tal vez deberíamos cerrar cuando acabe el verano —continuó la anciana—, pero entonces ¿qué haríamos? Dios no nos ha dado hijos que nos acompañen y, además, tampoco somos tan viejos ¡aún no hemos cumplido los setenta! —protestó indignada.

El Galo volvió a asentir, esta vez con un gruñido. Se negaba a cerrar La Guarida. Había nacido sobre el restaurante, en el piso superior más exactamente, y allí había vivido toda su vida. Allí había dado sus primeros pasos, allí había conocido a su esposa —de hecho, había sido en ese mismo salón donde una jovencísima Tasia le había seducido—, allí había celebrado su banquete de boda y las bodas de plata, y también celebraría las de oro.

Y no había más que hablar.

—¡No cerraremos! ¡Ni después del verano ni el año que viene ni el siglo que viene! ¡Moriré con el delantal puesto! —¿No hubo un tipo que murió con las botas puestas? Pues él igual.

—Te cuidarás muy mucho de morirte con el delantal puesto, te compré un traje bien elegante para los entierros y no voy a desaprovecharlo en el tuyo —le reprendió Tasia quitando la copa de orujo de su alcance antes de que desvariara más aún—.



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